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ISSN 1989-4163

NUMERO 19 - ENERO 2011

El Diluvio Digital

Concha M. Miralles

Todos desapareceremos –anunció Paredes en la reunión con tono sombrío-. Nuestros cuerpos, nuestra voz, se irán difuminando poco a poco, como si un niño los estuviera borrando de su cuaderno con una goma de borrar, y luego… ¡puf! ¡ni rastro de nadie!  Nos dejó perplejos, la verdad, sobre todo porque él, habitualmente optimista, estaba visiblemente preocupado por los cambios que se avecinaban. Ninguno de nosotros replicamos, aunque al inspector Zarandieta  pareció incomodarle el comentario.

He sido la última en llegar al Servicio, hace sólo un par de meses, pero Aroca, Paredes, Garci, Ruíz y Soto, trabajan desde hace años en los archivos municipales. De ellos, Paredes es el funcionario con más antigüedad y mayores atribuciones. Nadie sabe desde cuándo está ni de dónde vino; uno a uno, los que aquí trabajan fueron llegando cuando él ya estaba, y en todos los casos ha sido él el encargado de enseñar el procedimiento en el que cada profesional tiene que integrarse, como una pieza de relojería necesaria para hacer que la máquina funcione.  Se da por hecho que hay otros jefes de mayor rango por encima de él. A veces llegan comunicaciones interiores firmadas por el Delegado General, o por la Vicedelegada,  y aunque nadie se cuestiona que existen, lo cierto y verdad es que no se les ha visto nunca. Pero…, si la idea no había salido de él, ¿a quién se le había ocurrido aquella nueva e incomprensible orden de trabajo?  ¿Por qué digitalizar los datos  de las personas fallecidas, en lugar de seguir archivando los expedientes en carpetas de cartón, como siempre se había hecho?

El inspector Zarandieta dejó adivinar en sus palabras que no sólo se trataba de aprovechar mejor los espacios del consistorio, quitando de en medio  los cientos de cajas viejas y llenas de polvo que ocupaban los sótanos del edificio, sino que había algo más... En efecto, resultaba un tanto siniestro que la nueva tarea de digitalizar datos estuviera relacionada de algún modo con una orden municipal que establecía que, atendiendo a criterios de aconfesionalidad,  sanidad pública y estética urbana, los cementerios públicos tenían los días contados. Desde hacía una semana estaba totalmente prohibido el enterramiento de difuntos,  y se imponía como obligatoria la incineración. Que cómo dispusiera cada cual de las cenizas de sus seres queridos, de eso no se decía nada… Cada cual que hiciera con ellas lo que se le viniera en gana, tirarlas al mar o guardarlas en casa dentro de una urna, en eso se respetaba la libertad individual.

  • ¿Para qué complicarnos con tanto papel y tumbas, existiendo soluciones tan económicas y limpias como la incineración de los cadáveres y la digitalización de sus vidas? - preguntó el inspector sin esperar respuesta, y no sé por qué en aquel instante me pareció una versión modernizada del doctor Muerte.

La relación entre una cosa y otra, entre la orden de la eliminación de los cementerios y la de eliminar los expedientes de papel, trasvasando la información sobre la vida personal y laboral de las personas  a lo que el inspector Zarandieta denominaba la Base de Datos Civiles Perpetuos, como digo, no nos pasó desapercibida a los seis funcionarios convocados a la reunión.

El inspector nos explicó con detalle y de forma gráfica cómo sería el procedimiento de trabajo que había que seguir, con lo que llamó el FVV o Flujograma de Vidas Virtuales y, dado que había que seguir un orden alfabético, desde el día siguiente a la reunión, los conserjes comenzaron a subir al despacho expedientes de ciudadanos fallecidos cuyos apellidos comenzaban por la primera letra del alfabeto.

En los días que transferíamos la información de éstos, Aroca empezó a sentirse mal. Se quejó de que se le dormían las manos y las piernas, como si la circulación de su sangre no fluyera bien, y se sentía tan débil que, reacio como era a visitar a los médicos, se automedicó unos comprimidos de hierro, de color rojo, que tomaba todas las mañanas con un zumo de naranja.  El día antes de que lo ingresaran por anemia perniciosa tenía muy mal color, pero no nos imaginábamos que aquello llegaría a costarle la vida.
El día siguiente a su incineración fue muy triste meter la información de su inexistencia en la Base de Datos Civiles Perpetuos, pero ese era nuestro trabajo. Clara Soto, tan eficiente y dispuesta, se ofreció como si a ella le importara hacerlo menos que a los demás, pero observé cómo lloraba en silencio mientras pasaba las páginas con los documentos que reflejaban lo que había sido la vida de Pablo Aroca, nuestro compañero: su partida de nacimiento, el expediente académico, su currículo profesional... En tan solo un par de días, Aroca había pasado de ser una persona de carne y hueso a convertirse en cenizas, y acto seguido en algo todavía más inmaterial, un ser virtual, un espíritu atrapado para siempre dentro de la red.

A Garci empezó a caérsele el pelo a una velocidad pasmosa. En cuestión de una semana ya tenía la coronilla pelada y unas entradas en las sienes bastante avanzadas. Íbamos por “Gala Martínez, Pedro”, un ciudadano fallecido a los 62 años, operario de mantenimiento, cuando le diagnosticaron la temible enfermedad de la que no paraban de hablar en los noticiarios: “Difuminación Endógena”. Antes de morir ya parecía un muerto. Lo más intrigante del deceso de Garci es que fuimos conscientes de que su apellido coincidía  con la letra del expediente que se estaba digitalizando en ese momento, la G.

Cada funcionario que enferma o que fallece va siendo sustituído siguiendo el procedimiento administrativo habitual. A Aroca le sucedió Perea, a Garci, Sánchez, y a Mínguez, que está muy grave, le ha sustituído Yelo, de modo que el trabajo no sufre merma alguna. Los expedientes se están digitalizando al ritmo que el inspector había previsto.

 Estamos terminando la letra N.  Mientras la base de datos crece, el mundo parece desmoronarse ante nuestros ojos y esa enfermedad que dicen que no es contagiosa, y para la que no encuentran remedio, la Difuminación Endógena, sigue cobrándose vidas. Hacía siglos que no se conocía una pandemia como esta. La población se está diezmando como si se tratara de un castigo divino. Desde el Ministerio de Sanidad han comenzado a distribuir unas vacunas de dudosa efectividad. Se ignora el motivo, pero en lugar de definir la población de mayor riesgo que debe comenzar a vacunarse, han dicho que se empezará por determinados apellidos, como aquí se hace con los expedientes.

Hoy no me encuentro muy bien. Estoy un poco mareada, pero creo que puede ser la tensión, que a veces me baja más de lo normal. Debe ser por eso, por el mareo y la visión un poco borrosa, que al encender el ordenador me ha parecido advertir un cambio en el fondo de pantalla. Creo que es el color del cielo, que no es tan azul y luminoso como siempre. Sí, el cielo de mi pantalla incomprensiblemente ha aparecido gris y nublado esta mañana, como si ya estuviera aquí el diluvio digital.

Acaban de llevarse, para quemar, los expedientes ya terminados de la letra N. El conserje ha dicho que enseguida subirán los de la letra siguiente.

Mi nombre es Marta Otero.

 

Marilyn Minter

 

 

 

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